La historia de la Capilla de San Antonio "en su contexto general comenzó el 24 de Diciembre de 1746, cuando don JUAN FRANCISCO GARCÉS DE AGUILAR, hijo del capitán don BALTAZAR ALONSO GARCÉS AGUILAR y doña INES LAZO DE LA VEGA, oriundo de San Juan de Ambato, jurisdicción de Riobamba (actual república del Ecuador) hizo su testamento en el cual cedía unas tierras de dos cuadras de ancho y dos de largo en "La Colina" para la construcción de la Capilla de San Antonio, en honor de este santo de Padua, a la cofradía de dicho Santo". Esta cofradía y su capilla existían en 1613, esta última estaba situada en la iglesia matriz, actual catedral de San Pedro, época en la cual encontramos el siguiente relato: "El padre RENGIFO le otorgó el mismo año 13 (se refiere a 1613) al Alguacil HOLGUÍN y a su familia, derecho a sepultura en la Capilla dedicada a San Antonio de Padua y a San Gil Abad, con obligación de servir la correspondiente cofradía. Podrían los HOLGUÍN mejorar esta parte de la Iglesia Parroquial dotándola de buenas imágenes y de los adornos y demás objetos adecuados".
Parece que en 1746, o sea, el mismo año de la donación se comenzó la construcción de la capilla, pero unos años antes en 1743, se habían hecho donaciones para la construcción de la misma, en efecto "la acendrada piedad de los ricos de Cali y aún de muchos que no lo eran, estableció numerosas dotaciones para el culto, dejando capitales a censo, JUAN DE OREJUELA Y ROMERO español, de Ecija, que testó en el 1743 y murió por la misma época que el Señor SANJURJO, legó mil patacones para la iglesia y una capellanía de mil quinientos, para dar doce reales (patacón y medio) por cada vez a un sacerdote que dijera todos los domingos misa de doce en la iglesia del Beaterio, si se fundaba, y si no, en la parroquial, en el altar y capilla de las Animas". Esta donación se conservó intacta aún después de la muerte de don JUAN FRANCISCO GARCES DE AGUILAR acaecida el 2 de Diciembre de 1747.
En 1786 se hizo un inventario de los objetos "pertenecientes a la cofradía de San Antonio, en la iglesia parroquial", (a causa de la muerte de don FELIX HERNANDEZ DE ESPINOSA ocurrida ese año) "porque el difunto había sido mayordomo de esa institución. La imagen del santo, de bulto, costeada por doña FELICIANA DE ARRACHATEGUI, la viuda de ESPINOSA, habría de ser colocada en la capilla respectiva en la misma parroquia cuando ese templo se concluyera.
También se hizo inventario de la viceparroquia de la Loma. En el altar, en un nicho central, había una efigie de bulto de San Antonio, muy deteriorada por el comején; a la derecha, una efigie, también de bulto de Nuestra Señora de Belén, sentada en su silla con el niño de la mano, y una dotada, como la anterior, de ropa de repuesto. Con el nicho de la izquierda estaba una imagen de retablo de San Joaquín y Santa Ana ya bastante vieja. Había diez cuadritos de los doce apóstoles, una torre con dos campanas y estaba por fuera un arpa de propiedad de la iglesia.
El mismo año 86 dio permiso el ordinario al síndico, FRANCISCO GARCIA, para edificar la capilla mayor de la viceparroquia de San Antonio. El vicario dio la clavazón para la obra y cincuenta patacones legados por don FERNANDO CUERO, su padre, para pago de jornales. GARCIA declaró en el 87, que hacía cuarenta años se había empezado la construcción de la iglesia y que era preciso deslindar la tierra que para la fábrica donara don JUAN FRANCISCO GARCES. Se procedió a tal deslinde interviniendo el primer alcalde, don MANUEL CAICEDO, el vicario, padre CUERO, don JOSE RAMOS DE MORALES, síndico Ad hoc, y don MANUEL HERRERA. Doña ANTONIA (JOSEFA DE VALLECILLA) donó más tierras en este acto, el Alférez Real tomó de la mano al señor RAMOS, lo paseó por el terreno que antes y ahora se daba a San Antonio, el síndico arrancó hierbas y las esparció por el aire; se sentó de todo, una diligencia, haciendo constar la señora VALLECILLA, que el producido de los solares que de allí se vendieran debía imponerse al censo perpetuo y se costeara así, un sacerdote para la misa en domingos y días festivos. La segunda donación fue estimada en doscientos pesos".
Durante los largos años del siglo XIX, parece que a la capilla sólo le hicieron reparaciones necesarias para su conservación y la Colina guardó intacta su natural desnudez. "Su túnica verde suave vegetal, veteada de rojo y marrón" recorrió plácida gran parte del siglo XX, hasta cuando manos generosas y animadas por espíritus nuevos y vivificadores inyectaron vida a su aridez. El encanto desnudo plasmado para siempre en una foto se cubriría de sombras y frondosos árboles.
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